"Compañera"

Patxi Andion en "Encuentro de Música Popular"

Duerme sin fin compañera y no sepas lo que pasa.
Duerme tu hijo en el sueño. Duerme sin miedo y sin dueño.
Ayer me daban dinero parra comprar mi silencio,
Por eso mientras tu duermes escribo hoy estos versos.

Muchos piensan que arrendé a los que pagan mi canto.
No les daré desencanto, más les diré lo que di
A los que tienen la plata:
Mucho susto y mucha lata.

No me arrienda la ganancia de mi canto en los salones.
Ni tampoco las razones del que presume pureza.
A mí me infunden tristeza,
Los que juegan de santones.

Me han pinchado por todas partes y por todas partes
Me han criticado el grito. Otros me dan y yo quito,
La importancia a mi guitarra, que las mentiras desdeña
Y a mis verdades se agarra.

Bien señores: se acabó el tiempo del acomodo
Y les he dicho lo que pasa y he sentido. No se ofendan,
no hay motivo, más ninguno se haga el sordo
que todos antes me oyeron y hasta algunos aplaudieron
cuando he cantado al amor.

No se olviden que el dolor, no calla quienes lo hicieron.

No cantaré compañera sino a la carne y al hueso,
Y dejaré las razones a los que saben de eso.
No venderé mi guitarra, no la ganará el silencio, ni el interés,
Ni el desprecio, mi canto...mi canto no tiene precio.

Guarden su oferta señores, están perdiendo su tiempo.
No me importa que se ofendan,
Se equivocaron de tienda,
Porque aquí nada está en venta.


Comentario: Diana Braceras

        El encuentro casual con este cantautor sesentista, que desde España nos hiciera degustar sus versos en "canciones de protesta", como se llamaron entonces a la vanguardia poética que daba letra al fragor de cambio social en esas décadas, resulta hoy un motivo contra el olvido.
        En el momento que nos toca vivir, cuando hasta el código genético pretende tener dueños y arrendarse, al mismo tiempo que los comités de ética pululan en todas las instituciones reflexionando sobre abstracciones y generalizaciones varias. En este momento, en el que la prestación de salud es tratada como un artículo de consumo o como un servicio a la medida de los índices de ganancia de las prestatarias, tener presente que no todo tiene un precio ni puede estar en venta, es un recordatorio de la dimensión de lo humano que este sistema "globalizadamente economisista" echó al olvido.
        Preguntarse por los límites de lo intercambiable vía dinero, no significa sostener la ilusión romántica de transformar el trabajo en un bien que se regala dadivosamente a cambio de un puro reconocimiento de la bondad, virtud caritativa que prometería la más cara recompesa: el cielo.
        No hay nada tan peligroso como la pobreza: abarata los costos de todos los actos, desprecia el riesgo, diluye las consecuencias, desresponsabiliza de los límites: "y ...también...qué querés por esa plata?" Justifica hasta la negligencia.
        No hay nada tan adictivo como la riqueza: la necesidad de sostener que todo es "comprable" y sólo depende de la dosis, la frecuencia y la capacidad de dependencia que se pueda generar...hace también un efecto de olvido que tiene el más caro de los precios: olvidarse que para aceptar venderlo todo, lo primero que falta son los escrúpulos, y éstos no se compran en ningún mercado, porque no tienen precio.
        Que cada uno sepa lo que no está dispuesto a vender, a regalar o a alquilar, hace que los intercambios se aproximen a lo justo, tengan una medida, un costo y un valor que permite elegir con qué se paga.
        Se podrá recién entonces "dormir tranquilo" es decir soñar y descansar en la confianza de que no se le cobrará de otras formas encubiertas, lo que se da por fuera del precio convenido o lo que se supone que se ha comprado sin saber que eso...no estaba en venta.


Mayo de 2001