EN CRIOLLO Y BIEN PORTEÑO

Lic. Diana L. Braceras


        Vamos a servirnos de la comparación con una expresión del arte para iluminar el escenario de nuestros Enfoques Interdisciplinarios: el Tango.
        Para poder bailarlo, lo primero, es saber caminar la pista juntos: ni tan cerca que uno resulte "colgado" del otro, ni tan separados que se pierda la pulsación del compás que los une.
        En el primer caso, en realidad baila uno solo con otro adosado que hace bulto, con la docilidad del lastre, aumenta el peso y pierde flexibilidad el baile, adquiere fijeza y se repite; es uno y siempre el mismo el que resuelve todas las figuras estereotipadamente. Los demás están pintados.
        En el segundo caso, cada uno por su lado, haciendo la suya en un tire y afloje que no pocas veces hace perder el pie al otro. Se baila a destiempo, trabado, buscando cada uno el lucimiento propio, poniendo en evidencia la torpeza y desconcierto del otro que así, no da pie con bola.
        Los lugares están bien diferenciados en el Tango: uno marca y dirige, elige el lugar donde se va a desplegar la acción, haciendo de baqueano en la pista busca la oportunidad de proponer el juego que despliegue una figura apoyando al otro, que hasta el momento ha seguido su básico andar, para su lucimiento.
        Pero, atenti pebeta, que la gracia, el estilo y detalles singulares de resolución quedan firmados en el entredós de los bailarines. La claridad de la marca que dirige y la sensibilidad de su interpretación para responder en tempo con los propios cortes y quebradas, son el secreto de este arte en equipo.
        Así lo sentimos: el arte de la Medicina es un baile... de aquellos.