LA "OPINIÓN MÉDICA" NO ES UNA OPINIÓN

Lic. Diana L. Braceras



        Así como el "vestido de novia" no es simplemente un vestido, una clase del género vestimenta; la "opinión médica" no es una opinión. No se trata del nombre de algo sino que implica una condición en relación a un acto que el sujeto estaría en posición de sostener. Por eso: "La dejó con el vestido de novia colgado", no atañe a la capacidad de un ropero.
        Lo que se denomina con rigor "opinión médica" no pertenece al campo de la opinión. Es necesario tener en claro la distinción, en una coyuntura donde la "opinión" se ha entronizado de la mano del reinado de la comunicación mediática, como un derecho igualitario independiente de la posición desde dónde se enuncia.
        En el reino de la opinión las opiniones distintas sobre un mismo tema poseen el mismo valor, en este sentido se ve la coincidencia del sujeto en juego en la opinión y el sujeto de consumo, ambos son efecto de la misma operación: el principio cuantitativo de tabulación de una medida de uniformidad que transforma en homogéneas las mercancías o las opiniones que se consumen.
        No hay, para la opinión, diferencias reales de implicación práctica ni subjetiva, sólo hay diferencias imaginarias y de emblemas. Si alguien sustenta la representación de un saber, el prestigio de una habilidad, la admiración por su imagen o la pertenencia a un grupo determinado por el emblema de un nombre reconocido, sin más puede opinar de cualquier cosa, con una validez supuesta y sin la necesidad de hacerse cargo de las consecuencias de sus dichos.

        La "opinión médica" en cambio, es un procedimiento de una práctica, que responde a un saber articulado y a una posición del sujeto que está instituyendo y es instituido en el mismo acto bajo los términos de un lazo social determinado: médico-paciente.
        No es simplemente una cuestión de títulos académicos que habilitan para responder a una demanda de aquél que requiere asistencia. Un doctor puede responder a un enfermo con una "opinión" , si lo instituye en el lugar de "cliente": esto no devendrá un acto médico.
        El proceso de diagnóstico y la propuesta de tratamiento en el contexto de una cura médica, tiene un saber referencial más o menos estandarizado según la ciencia y la técnica aplicadas a una clínica asistencial. Si la práctica muta hacia otros campos, las creencias, fundamentos y objetivos importados darán lugar a otra cosa, otras "opiniones" y un lazo social distinto, ya no propiamente médico. Esto es lo que está ocurriendo con el avance de las técnicas y pre-supuestos devenidos de la economía de mercado y su aplicación en el campo de la medicina.
        Como toda operación ideológica, la base es la "creencia", para lo cual no es necesaria la aceptación de todo lo que se impone como si fuera verdad, sólo se efectiviza cuando se acepta que es necesario.
        Así, el gerenciamiento en las prácticas de salud, pese a ser insalubre para médicos y pacientes, se ha materializado en el sistema transformando en "opinable" la "opinión médica" de ahora en más, fecundada por teorías de "economistas", más que por un acto de amor hacia la medicina, por una violación consentida.
        Sin embargo, no se trata de una falsedad ideológica, cuyo reconocimiento la desenmascara por medio de la concientización de los afectados. Se trata de una ideología cínica: no pretende ser tomada en serio.
        El sujeto cínico está al tanto de la distancia entre la máscara ideológica y la realidad social, pero pese a ello insiste en la máscara: "ellos saben muy bien lo que hacen, pero aún así, lo hacen." (1)
        La ideología totalitaria que arremete en todas las prácticas, homogeneizando los distintos saberes en el terreno de la opinión y el pragmatismo, no requiere del reconocimiento de sus autores, ni de la consistencia de sus argumentos, su estatus es sólo el de un medio de manipulación:
        "...su dominio está garantizado, no por el valor de verdad, sino por simple violencia extraideológica y promesa de ganancia" (2)

Apertura no es eclecticismo

        Decir que no, no ceder al hecho de pensar y actuar como lo exigen las instituciones y el medio social que se avienen a la ideología dominante, no implica una clausura o cierre del pensamiento, la obsesión unitaria y la sistematización de un pensamiento único.
        La opinión médica propiamente dicha, debe poder dar cuenta y razón de lo que formula en fidelidad con su deseo de curar y de aliviar el sufrimiento. Su coherencia, no es contradictoria con cierta apertura e interlocución con otras disciplinas y fundamentaciones que ayudan a sostener las propias interrogaciones sobre sus razones y tendencias.
        La autonomía de pensamiento tiene como condición necesaria la lucidez respecto a sí mismo. Dilucidar la propia experiencia, confrontarla en actitud crítica y permeable a otros discursos, no comulga con un pensamiento débil o ecléctico, permisivo con la irresponsabilidad de la emisión de opiniones acomodaticias a intereses ajenos a la fidelidad de la propia disciplina.

        Lo que estamos viviendo en esta etapa de modernismo tardío*, no debe ser aceptado como un destino inevitable de reconversión de los ideales a una uniformidad globalizada, bajo el dominio de la economía de mercado, Castoriadis nos ayuda a no desesperar:

        "...la historia de las sociedades está marcada por procesos de pulsación: fases de creación densa y fuerte alternan, en su seno, con fases de atonía creadora o de regresión." (3)


* La caracterización histórica y discursiva de este artículo se basa en herramientas conceptuales propuestas por H/a (Historiadores Asociados). Ver contribuciones en Sección Visitas.



Diana Braceras, julio de 2001




  1. Peter Sloterdijk, Crítica de la razón cínica (tr.Miguel Angel Vega Cernuda), Madrid, Taurus, 1989

  2. Slavoj Zizek, El sublime objeto de la ideología (tr.Isabel Vericat Núñez), Madrid, Siglo veintiuno editores, 1992, pág.58

  3. Cornelius Castoriadis, "Imaginario e imaginación en la encrucijada" en Figuras de lo pensable (tr. Jacques Algasi), Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1999, pág.97