METÁSTASIS: LA CERTEZA DEL DESASTRE
Lic. Diana Braceras


        Para un paciente que ha recibido tratamiento oncológico (o no), la confirmación de evidencia de metástasis es sin duda una "mala noticia". Para disminuir al máximo esa posibilidad, es que los buenos oncólogos, no dejan pasar la oportunidad de una primera línea de tratamiento con el mejor estándar de calidad:

        Si se aconseja quimioterapia, resulta decisiva la elección de drogas, combinación, dosis y administración.
        Si se procede a un acto quirúrgico, la extirpación de la masa tumoral ha de ser completa y completada con los ganglios que estuviesen comprometidos, con los mayores márgenes de seguridad posibles.
        Para lograrlo, la correcta y pronta "estadificación" o clasificación de la enfermedad, es condición y guía de la conducta a seguir.
        A grandes rasgos, así se procede actualmente según la estandarización científica internacional de los tratamientos oncológicos. La singularidad de la respuesta orgánica del paciente que se trate, tendrá la última palabra.

        Aún en ciertos casos de tratamientos impecablemente llevados a cabo por el equipo médico y, con toda la voluntad y esfuerzo que se necesita por parte del paciente, puede reaparecer la enfermedad o producirse un nuevo foco en alguna parte del cuerpo. Esta particularidad de la enfermedad oncológica, sostiene en gran medida la angustia e incertidumbre respecto de los resultados de los tratamientos. Es esta situación la que ha variado en las últimas décadas, gracias a la investigación científica y al control estadístico de los resultados terapéuticos. Hoy muchos cánceres son curables o controlables crónicamente, como la diabetes o la presión arterial.

        Sin embargo, también hay otros cambios en los últimos años, que no son tan saludables y afectan al quehacer médico, por ende a los diagnósticos, tratamientos y pronósticos esperables: se trata de la Medicina Neoliberal, acorde con la Economía de Mercado y las prácticas financieras que "contagian" todos los ámbitos de la vida en esta época que nos toca vivir.
        Un signo de época: la fluidez, la circulación, la instantaneidad y la velocidad, es contrario al tiempo y a las formas que distinguen a las buenas prácticas. Desde este punto de vista, el tiempo de duración de una consulta, de una internación o de un tratamiento medicamentoso, se calculan en virtud de fórmulas contables de costo-beneficio económico, que excluyen la dimensión ética del acto médico. Exigir que se respeten condiciones de trabajo acordes con la asistencia que requiere el paciente, ha pasado a ser un desafío ideológico que muchas veces deja fuera del sistema, a los más capaces, a los más formados y a los más intransigentes a la hora de defender la actividad profesional, que involucra la vida de las personas.
        En este contexto, las "metástasis", y "recidivas", ya no sólo dependen del azar que dispare el organismo del paciente, sino que testimonian lo inadecuado de los tratamientos realizados, lo incompleto o lisa y llanamente la ignorancia del médico a cargo, que no siempre es un oncólogo, pues se está dando también la fluidez entre especialidades: los tumores son tratados por el especialista de la parte del cuerpo donde lo detectan en primer instancia...
        Entre otras, esta situación enfermiza que se está afincando en la manera de ejercer la medicina, es la que propicia y confirma el efecto terrorífico del anuncio de metástasis como el "desastre" final.
        Efectivamente, en paralelo con las malas praxis, cada vez más desdibujadas por la cada vez más extendida modalidad de insertarlas como norma de necesidad y urgencia, se está cultivando una rápida salida de circulación del paciente, donde la ausencia de alternativas es la regla y la piadosa verdad del irremediable fin, anticipa que "ya no hay nada que hacer".
        Si podemos tomar distancia del impresionante efecto de reconocer en esta descripción las situaciones que personalmente nos afectan, y ampliamos el campo visual del tema que tratamos, observaremos una coherencia lógica impecable con el otro gran cáncer que nos afecta a todos, el que atañe a las decisiones políticas que llevan a nuestro país y a tantos otros a un estado "terminal". Por eso, no sorprende que un artículo de análisis sobre el "desastre" del estado-nación cuyo derrumbe evidenciamos en los últimos tiempos, tenga tantos puntos en común con nuestro pequeño universo de trabajo, con los pacientes oncológicos, precipitados a la certeza del desastre.

        Lo que sigue, son fragmentos de un artículo escrito por una psicoanalista(1) y publicado recientemente, que aplicados al campo que estamos problematizando, nos resulta clarificador para entender el armado ideológico de la situación de desastre supuestamente inevitable y definitivo: El imaginario del desastre como anticipación compacta, según la hipótesis de este trabajo que citamos, se opone a la experiencia laboriosa que nos confronta a la brecha siempre desdeñada entre el saber y el resultado de los actos. Pero aún más, también, configurar un dato clínico como desastre natural tiene la finalidad de cubrir los fallos en los tratamientos, que se imponen como efecto de los criterios mercadistas en el campo médico.

        "Una cosa es la conmoción subjetiva producida por un desastre sin fronteras anticipables y otra cosa es la estabilizada creencia en el desastre, que instala una certeza ominosa, una consumación catastrófica "naturalizada" que (es necesario recordarlo) también ofrece el consuelo de una respuesta..."

        "...un modo de marcarle una frontera a lo incalculable, con una certeza anticipatoria que no se entretiene en detalles, ni condesciende a proyectos laboriosos, certeza actualmente medida con la fatídica vara del escenario irrecuperable que nos precede, al precio de que se imponga la conclusión de que no es posible tener incidencia alguna en el cuadro del que formamos parte; apenas, si acaso, algún alivio transitorio."

        "El imaginario del desastre suprime estos y otros matices. Su contundencia traumatizante tiene la virtud de la claridad, correlativa al peso mortífero de la devastación naturalizada. Cuando se configura el imaginario del desastre, estamos ante una situación en la que ya anticipamos que nada se puede hacer para introducir o quitar algo en la catástrofe compacta. La resignación, la entrega, el aislamiento, la furia, la inhibición, la nostalgia, también los diversos clamores del alma bella son el producto observable del empecinamiento en seguir desconociendo lo anteriormente desestimado y de la reiterada pretensión de tener ya (como antes) consolidada una respuesta, allí donde no la hay o todavía no la hay. Dicha anticipación prepara el lugar propicio para su "complemento", el canalla, que opera en el sentido (no es necesario atribuirle siempre la intención) de manipular la angustia del semejante ofreciéndole la salvación."

        (El resaltado es nuestro).



  1. IMAGINARIO DE LA CATASTROFE EN LA CULTURA COTIDIANA. Psicoanálisis de la certeza del desastre en la Argentina.
    María del Carmen Meroni. Miembro A.M.E. de la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Publicado en la Sección Psicología de Página 12. Enero 2003.