LO HUMANO Y LO INHUMANO EN LOS TRATAMIENTOS MÉDICOS
Lic. Diana Braceras


        Cuando las intervenciones médicas deciden suspenderse, en el ambiente flota un término que logra obtener el consenso de las voluntades más disímiles: lo inhumano.
        Resulta notable la dificultad para definir al hombre, sin embargo la experiencia de lo inhumano, parece claramente identificable.
        ¿Cuál es el límite entre las condiciones humanas o inhumanas involucradas en la enfermedad o en el estado clínico de un paciente, es decir alguien que puede ser asistido médicamente?
        No se trata solamente de una cuestión filosófica, importa en el plano de las decisiones médicas más concretamente irreversibles.
        Si la sobrevida de un paciente con enfermedad insanable es considerada por el médico inhumana, la tendencia es la de facilitar, poner lo mínimos reparos posibles a su eliminación. La experiencia diaria con la fuerte resistencia en los servicios de guardia y de internación, para lograr que se acepte y asista a los pacientes oncológicos, da suficiente cuenta de ello. Cabe mencionar así mismo, la franca rebelión de muchos cirujanos a intervenir a pedido del oncólogo, por considerar que "- no vale la pena -", basándose en el diagnóstico de "enfermedad oncológica diseminada", aún en situaciones de emergencia.
        En estas lamentables instancias tiene un importante papel la edad, los prejuicios, la ignorancia y la omnipotencia del médico, que puede considerar "muy viejo" al paciente (tanto como esa cifra esté alejada de su propia edad), o muy riesgosa (para su propia autoestima) una intervención no curativa.
        Más aún, existen cantidades importantes de pacientes que nunca llegan al oncólogo, no ingresan a tratamientos postquirúrgicos, o peor, tardíamente se presentan al sólo efecto de que se les controle el dolor, siguiendo los consejos del cirujano u otro médico especialista, que con franqueza diagnosticó una enfermedad "terminal", con la auténtica convicción de que "no hay nada que hacer". Cualquier maniobra indicada en otro sentido, pasa a ser catalogada de "inhumana", porque afecta el "confort" del paciente.

        ¿Es que lo humano es la capacidad de estar sano?
        El esquema negativista de afirmar lo humano en oposición a lo inhumano como dato "natural", oculta la arbitrariedad de las definiciones ideológicas, en este caso basadas naturalmente en la biología.
        La enfermedad, como la locura, son dimensiones posibles de la experiencia humana, no se trata de victimizar al hombre en esas circunstancias de la vida.

        Podríamos pensar, en los términos del planteo del filósofo Alain Badiou(1) sobre la locura, que en las instancias límite de la enfermedad, la capacidad para la vida ordinaria de lo mortal humano se ha vuelto imposible y por ende, se trata de la humanidad ante la prueba de resistir como Sujeto; la enfermedad circula como toda experiencia entre los intereses ordinarios del animal humano y los intereses extraordinarios del inmortal en que ese animal puede convertirse.
        Resistir como sujeto implica no reducirse a mero objeto, ni de maltrato ni de cuidados de Otro, concepto difícil de reconocer cuanto más "piadosa" resulta la atención del enfermo. La tenue línea entre la protección y disponibilidad del asistente y su opresión manipuladora, es tan difusa como en la infancia lo es la dedicación "maternal", de la asfixiante sobreprotección que anula el desarrollo autónomo del hijo.
        El refugio desde dónde un sujeto resiste a la aplastante dependencia de Otro, suele ser justamente, las manifestaciones orgánicas "rebeldes" que dejan al "cuidador" apresado a su vez del capricho de un cuerpo rebelde, que no se aviene a "obedecer" pasivamente el orden establecido por la medicina: el asma, la taquicardia, la enuresis, la anorexia, la epilepsia, la hiperkinesia, el insomnio, las convulsiones febriles, los accidentes a repetición, etc. Son síntomas que afectan usualmente la tranquilidad hogareña, donde un niño es objeto de la omnipotencia de quien se siente su propietario...con las mejores intenciones.
        En un paciente, las reacciones paradójicas, los corrimientos sintomáticos permanentes, la persistencia de la enfermedad, la exacerbación de efectos indeseables, la intolerancia excesiva a la medicación, etc. También en cierta medida se controlan, desde una relación médico-paciente respetuosa de la singularidad y que actúe como límite a la amenaza de avasallamiento que se detecte en el ambiente familiar o en las personas encargadas justamente de su atención. El estado de enfermedad grave con desvalimiento físico es propicio para que la vulnerabilidad del sujeto sea aprovechada como piedra libre para su sometimiento físico y psíquico. La depresión, el sueño, el mutismo, o la pérdida de realidad, suelen entonces ser una defensa del paciente que así se retira del mundo antes que su organismo lo decida.

        Lo que según esta posición resulta un imperativo ético, es conservar la idea de una subjetivación siempre posible, de la cual la enfermedad o sus distintas instancias, es una simple imposibilidad contingente. Favorecer y rescatar la posibilidad de la subjetivación debe afirmarse sin restricciones.

        El imperativo del médico sería así: "Haz todo lo que está en tu poder para que desaparezcan el estereotipo excesivo o la fijación regresiva que bloquean en este animal humano la humanidad afirmativa de la cual él es capaz."
        ..."Yo diría que nuestro tiempo privilegia las capacidades operatorias, es decir animales, en el sentido de la competencia y la supervivencia, y exalta la eficiencia al servicio de los intereses. El loco y el viejo, es preciso decirlo, no se adaptan a estas normas crueles." (2)
        Hay una distancia a considerar todos los días, en la evolución del paciente: lo que él puede en ese momento hacer y lo que de ese poder él es capaz de querer. El deseo no es proporcional a las posibilidades, siempre se extiende más allá o más acá del límite, porque el deseo, lo que hace de un ser vivo un sujeto, no depende ni de la realidad material ni de la realidad física, sino de la realidad psíquica...por eso siempre que se registra la subjetividad singular de un paciente, aparece como increíble, original, especial, inesperada, incomprensible; para bien o para mal.

        "- Es increíble que tal paciente con lo inteligente que es... haya aceptado los consejos tan obviamente errados de ese médico, no tendría que haber llegado a este límite" -

        "- Pensamos que ya no se iba a recuperar...parece un milagro!" -

        "- No se entiende su negativa a recibir tratamiento, tendría todas las posibilidades de curarse!" -

        "- La operación era sencilla...pero se descompensó en el postoperatorio, no hubo nada que hacer!"-

        "Hace años que le dijeron que era un enfermo terminal y sin embargo...ahí lo tiene, mejor que su médico!" -

        La evidencia del poder del deseo en el sujeto, es por lo común, renegada por el discurso médico que porfía en aplastar la humanidad bajo una normalización supuestamente "biológica", amparando sus propios prejuicios, creencias, intereses y deseos bajo el cerrojo indiscutible para el lego, de la "ciencia" y la experiencia.

        "Es necesario no ceder nunca, en nombre de las impotencias de la voluntad, en cuanto a la posibilidad de lo posible. El enemigo del psiquiatra es la idea del loco definitivo, del incurable, proscripto para siempre de la ciudad, del mismo modo que el enemigo del geriatra es la idea del viejo irreversiblemente impotente y condenado." (3)

        ¿Cuál es la construcción que se hace el oncólogo para abandonar la expectativa de que alguna intervención sea posible para ese paciente singular? Parafraseando a A. Badiou podríamos agregar que: El enemigo del oncólogo es la idea del enfermo terminal.
        Sin embargo, en la misma medida de la degradación de la práctica médica encuadrada en la economía de mercado, se amplía la aceptación de esta idea que significa para el enfermo la proscripción para siempre del deseo del médico de no ceder su paciente a la impotencia.
        ¿Esto quiere decir que sugerimos la conveniencia de excluir la muerte de la cuenta de la vida? No. Porque tal posición acarrearía muchas otras renuncias y exclusiones. La apuesta a la vida incluye el riesgo de encontrarse con la muerte. Pero si ponemos hoy énfasis en desmitificar el entorno conceptual del paciente "muriente", lo hacemos por la gravedad de sus consecuencias en las prácticas actuales, aunque ya Sigmund Freud, lo advirtiera sabiamente hace casi cien años:

        "Es demasiado triste que en la vida pueda pasar como en el ajedrez, en el cual una mala jugada puede forzarnos a dar por perdida la partida, con la diferencia de que en la vida no podemos empezar luego una segunda partida de desquite" (4)


Diana Braceras, diciembre de 2002.



  1. Alain Baidiou, Reflexiones sobre nuestro tiempo, Ediciones del Cifrado, Buenos Aires, 2000.
  2. Ibid. Pág. 42
  3. Ibid. Pág. 42/3
  4. Sigmund Freud, "Consideraciones sobre la guerra y la muerte" en Obras Completas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1973. Tomo II. Pág. 2111.