CLINICAS DE FARMACOLOGÍA: LA PATRIA PASTILLERA II

Escribe: Lic. Diana Braceras



        Retomar el título, que hace referencia a una ponencia que expuse en un Congreso sobre los Derechos Humanos, por los ochenta, en los albores de este período democrático, implica señalar una línea de análisis que relaciona:


        La práctica que nos interesa abordar en esta reunión es la prescripción de fármacos, lo que dará cuenta de cambios en la naturaleza de lo que históricamente llamamos: "tratamiento médico".

        No han pasado quince años desde aquella legendaria Patria Pastillera, y la patria es otra:

        En la Patria Pastillera del siglo XX, el sujeto era el ciudadano, sujeto a derechos y deberes, reconquistando su poder de voz y voto, defendiendo su acceso a la verdad, a la memoria, al trabajo, al saber y a la salud. En ese marco, la sobreabundante prescripción de psicofármacos marcaba una tendencia en el prescriptor ("recetas de gatillo fácil").

        En la Patria Pastillera de este siglo, el sujeto se identifica con el poder de consumo, no demanda saber sino información mediática, opina masivamente y se expresa mediante encuestas, donde la selección de las opciones está estandarizada a la medida de la voluntad del vendedor de márketing. Su participación anónima se interpreta al ritmo del mercado. Su demanda pasa porque la salud se pueda comprar en el shopping o en el super, con descuentos y ofertas incluidas.

        También el 'trabajo' ha sufrido sus cambios:

        Con la destrucción del aparato productivo nacional, logrado por la implementación de la política económica de la Patria Financiera instalada por la dictadura militar, terminó la era industrial de producción de bienes materiales duraderos con empleo de mano de obra más o menos calificada.
        Paulatinamente el sector de Servicios y Comunicación (manipulación de la información) fue hegemonizando el mundo de lo laboral. El trabajo cada más se dedicó a producir bienes inmateriales, a introducirse en la intimidad de los cuerpos y los hogares, y a estar dirigido fundamentalmente a la producción de subjetividades dóciles al modelo.
        El postmodernismo descubrió que el productor de capital más rentable es el Trabajo Afectivo centralizado en la creación y manipulación de los afectos, sus productos son intangibles: sensación de libertad, de bienestar colectivo, satisfacciones narcisísticas, explotación de la pasión, sensaciones de conexión interpersonal, pertenencia a grupos de privilegio, etc. Un instrumento poderoso para el control a distancia de la vida de la gente, subordinando sus cuerpos, sus anhelos e ideales a preferencias virtualmente 'libres' y groseramente dirigidas.

        Así, el nuevo paradigma de poder el "biopoder", consiste en una forma de poder que rige y reglamenta la vida social a través de la adopción voluntaria de un estilo de vida y pensamiento controlado. Una suerte de 'gerenciamiento' de las vidas privadas. En este sentido, agregamos un principio activo a esta droga postmoderna: una molécula de renuncia a la responsabilidad singular, con efecto residual; más un escipiente imprescindible: efectos especiales sobre al sensibilidad. Así aparece la subjetividad como nuevo blanco del mercado capitalista en el siglo XXI.

        Con este contexto político/económico propongo dos hipótesis:

  1. El fármaco funciona a la manera del "dinero", con una lógica de mercancía fetichista.

  2. La prescripción de fármacos se ha constituído en síntoma de la práctica médica.


El mundo del revés

        El objeto que circula como mercancía se define por su capacidad de intercambio:

  1. Por su carácter cambiable en el propio acto del intercambio: "valor de cambio"

  2. Por su carácter concreto, empírico y particularmente cualitativo que determinaría su "valor de uso".


        El "dinero": es una mercancía especial que hace posible medir el valor de todas las demás mercancías, más allá de la determinación cualitativa particular de cada una. Por lo tanto el "valor" de la mercancía es una entidad abstracta no necesariamente ligada a las propiedades particulares que posee el objeto.
        Tanto el dinero como el fármaco, son objetos materiales, como otros, pero se comportan como si estuvieran hechos de una sustancia especial, inmutable, distinta a cualquier materia de la naturaleza; resistente a la corrupción del cuerpo físico. En él pero más allá de él, porta un valor esencial que lo exceptúa del desgaste por el uso, se convierte en el soporte de un material "sublime". Esta corporalidad inmaterial, sin embargo, depende de un cierto orden de relaciones externas a sus propiedades concretas; siempre está sustentado por la garantía de alguna autoridad simbólica. La materia física se ha convertido en otra cosa, ahora es fundamentalmente la portadora de su función social.
        La abstracción que hace de un objeto una mercancía intercambiable, independientemente de sus cualidades físicas e incluso de su utilidad, es externa a los sujetos que lo consumen, pero está incorporada, pre-existe en la manera de pensar el mundo y las cosas. Habría algo así como una "razón universal" que hace razonable y natural el acto efectivo del intercambio, ocultando la arbitrariedad fundante y el desconocimiento de las relaciones sociales que determinan ese funcionamiento.
        Tanto la ideología como los síntomas funcionan gracias al no-saber del sujeto. Por eso la interpretación tiene el poder de disolverlos.

        El valor de una cierta mercancía aparecería como un resultado de una red de relaciones sociales entre productores de diversas mercancías, pero asume la forma de una propiedad "natural" o "justificada objetivamente" por una cantidad de otra cosa-mercancía: el dinero. Decimos que el valor de un medicamento es determinada cantidad de dinero.
        El fetichismo de la mercancía consiste en un falso reconocimiento con respecto a la relación entre elementos de la estructura y uno de ellos: aquello que es efecto de una red de relaciones, parece una propiedad inmediata de uno de los elementos. La apariencia de equivalencia se toma como una propiedad esencial constitutiva del valor de uso.
        Este efecto de inversión propia del fetichismo está en la base de las falacias lógicas del discurso médico globalizado, tiene la misma confección que la fantasía (Sigmund Freud caracterizó a la fantasía siempre como perversa), pero en este caso se trata no de una fantasía personal, sino ideológica, que funciona de manera impersonal sosteniendo las prácticas que regulan la realidad social, que se vive como "objetiva", "espontánea" e "inmotivada".

        El fármaco, como el dinero, es un objeto que se ha independizado de la estructura que justifica su existencia, pasando ha ser un fin en sí mismo, es decir transformándose en gran medida en un objeto de uso ideológico; un objeto "fuera de serie", sublime, desprendido de la relación social que lo constituyó como instrumento, en una red de relaciones y elementos: la estructura médico-paciente en el contexto de la práctica médica, como resultado de un proceso diagnóstico y como parte de un tratamiento determinado con el objetivo de mantener o restituir la salud.
        Esta concepción fetichista del fármaco, sin pretender la totalidad de la explicación, es partícipe necesaria de la avidez de su consumo y acumulación no justificable por la utilidad; la automedicación; la cronificación de los tratamientos y la toxicidad de los efectos combinados; el progresivo aumento del gasto de la industria en campañas publicitarias para el público en general; la indiscutida sobrevaloración del precio; la devaluación de la función médica a mero trámite para recetar; la desaparición de planes de salud en aras de contratos de "canastas de medicamentos"; la reducción de las prestaciones asistenciales a descuentos de precios en farmacias, etc.

Un claro ejemplo de este uso ideológico en el campo de la prescripción, es la inversión del nombre "genérico". (LINK: En la Argentina no hay medicamentos genéricos, Dr. Pedro Politi). La categoría "genérico" surge de procedimientos científicos de comparación de propiedades equivalentes con el medicamento "original". Dentro de determinada proporción comprobada de ambas moléculas y curvas de bioequivalencia, se llega al resultado de considerar que un medicamento se acepta como intercambiable por otro, en virtud de sus propiedades efectivas de uso. La concepción fetichista de esta mercancía, invierte el razonamiento:

"Es un genérico porque se lo prescribe en lugar del original".

         El poder per-formativo de la nominación (el nombre como determinante de lo que es), hace el resto del trabajo inmaterial: se logra el convencimiento subjetivo de haber obtenido un equivalente, gracias a la manipulación de la información pública, a la confianza en la profesionalidad del farmacéutico, a la fe en la industria de medicamentos, a la ilusión de que el estado controla todo lo que la sociedad consume y el mercado vende, interpretando un sello del ente supuestamente regulador como una aprobación de calidad inexistente...y finalmente contando con el consejo médico, representante del progreso desinteresado de la ciencia y al servicio del bien del paciente, según el juramento hipocrático.


Buenos Aires, junio de 2002.