"DOLOR PAÍS" (1)

Escribe: Lic. Diana Braceras



        Ha sido el dolor el motor de la medicina en todos los tiempos y culturas, tanto como su obstáculo principal para la aplicación de determinados procedimientos o técnicas, que como la cirugía, pudo desplegarse en lo fundamental a partir del franqueamiento del umbral de dolor que funcionaba como límite.
        Es que el dolor es más temible para el hombre, que la mismísima muerte. Esto ocurre no solo con el dolor físico sino también y fundamentalmente con el dolor psíquico.
        También en la vida afectiva el dolor puede ser demoledor, puede precipitar a la muerte, o puede llanamente amenazar al sujeto con tal nivel de sufrimiento, que lo paraliza y lo encadena de por vida.
        Hay una dimensión del dolor, que si bien no deja de ser íntimamente personal, tiene su localización en el cuerpo de los ideales sociales del grupo o comunidad de pertenencia. Es tan evidente que a la mayoría de los argentinos nos duele el país, que quisiera comentar algunas líneas a cerca de un pequeño libro que fue presentado el mes pasado, en el marco emblemático de la confitería La Ideal. En pleno corazón doliente de la city porteña y con el fondo tanguero que desde su primer piso dedicado a la milonga ciudadana, deslizaba sus acordes trágicos, una multitud desbordante acudió a la cita testimonial de "Dolor país".


        Se trata de una acotada recopilación de textos de Silvia Bleichmar, doctora en psicoanálisis de la Universidad de París VII; docente de reconocida trayectoria en nuestro país y en universidades de España, Francia, México, Brasil. Entre sus obras publicadas se encuentran "En los orígenes del Sujeto Psíquico", "La fundación del inconciente", "Clínica psicoanalítica y neogénesis".

        Desde las primeras definiciones, el texto apunta al dolor en relación a las diferentes formas de funcionamiento de la subjetividad:



        En la tortura, paradigma del ejercicio de la crueldad "...hay placer en demoler al otro, en arrancarlo de sí mismo, en destruir toda resistencia subjetiva que dé cuenta de que aun tiene un pensamiento que le pertenece; la necesidad de meterse hasta lo más recóndito y quebrar al otro no radica en el deseo de destruir su ideología, sino lo más profundo de su pensamiento, el núcleo mismo de su intimidad y, a través de ello, de su identidad." 2

        Otro modo de operar, que no es intrínsecamente sádico, ni cruel, ni agresivo y cuyos efectos implican un cóctel mortífero de todos ellos, resulta del desconocimiento liso y llano de la existencia, lo que Hanna Arendt llamó 'la banalidad del mal', aquella posición subjetiva distinguida por la falla en la capacidad de reconocer la significación de la acción - no su sentido - ante la destrucción de seres humanos, no hay reconocimiento de que se trata de 'alguien' y no simplemente de un desecho de cualidad prescindible.

        Las diferencias fundamentales entre las posiciones expuestas, no permiten homogeneizarlas ni sustentar una oposición general indiscriminada hacia la 'violencia', que no peque de superficial.
        La violencia de la agresividad, por ejemplo, es inherente a todo accionar humano y es necesaria para defender la vida propia o la de los seres amados. De ninguna manera puede asimilarse a la agresión ni al sadismo.

        La autora historiza a través de emergentes reconocibles a escala mundial, la banalidad del mal en distintas épocas y continentes. En lo que nos toca más particularmente, la conquista del territorio americano y su culminación en los modos del capitalismo salvaje neoliberal, eufemísticamente 'ajustador' y 'racionalizador' de los recursos que permiten o no la subsistencia de los llamados desde el imperio 'países emergentes'.
        La organización del desmantelamiento y aniquilación regidos simplemente por el número y los capitales, cálculos estadísticos y planes gubernamentales o empresarios, repiten la acción 'racional' de desprenderse del lastre...Una forma de autismo que no implica un deterioro intelectual, sino vacío de significación; la indiferencia absoluta por el contenido ético de la propia acción.

        Bleichmar se pregunta en otro capítulo: ¿Cómo se mide en índices aceptables, la suba inexorable del "dolor país"?
        Así como la 'sensación térmica', o el 'riesgo país', el dolor país resultaría de una combinación de estadísticas de: suicidio, accidentes, infartos, muerte súbita, violencia, ventas de antidepresivos, incremento del alcoholismo, abandono de niños, deserción escolar, éxodo...con este patrón de medida del sufrimiento, se tendría una aproximación, no ya de la insolvencia económica del país, sino de la insolvencia moral de su clase dirigente. Ellos hoy deciden, ejemplifica la autora, si le quitan los antibióticos a una maestra o la medicación antihipertensiva a un jubilado.
        Pero no se trata sólo de una simple variable de uniformidad aumentativa, sino de una ecuación inversamente proporcional: "...la relación entre la cuota diaria de sufrimiento que se demanda a sus habitantes y la insensibilidad profunda de quienes son responsables" 3

        Para terminar con esta breve invitación a la lectura, elegí un párrafo del texto: "La derrota del pensamiento", es allí donde Silvia Bleichmar identifica a la inteligencia y la esperanza como nuestros capitales legítimos a defender.
        "Quienes se jactan de no sufrir el dolor de la pérdida de esperanza por un mundo distinto 'porque nunca creyeron', dan cuenta de un razonamiento tan lamentable como el de quien fuera al velatorio de la mujer de su amigo diciendo:
        'Qué suerte que nunca me enamoré, para no tener que sufrir lo perdido'. A diferencia de ello, quien ha amado puede volver a amar, porque un desencantado es siempre alguien que sufre por el encantamiento previo; pero esta circulación constituye una manera de estar vivo, ya que podemos defendernos de todas las ilusiones, pero estaremos muertos antes de dar batalla, si renunciamos a la esperanza." 4




  1. Dra. Silvia Bleichmar, Dolor País, Libros del Zorzal, 2da.edición, Buenos Aires, 2002.
  2. Obra citada, pág. 15.
  3. Obra citada, pág. 29.
  4. Obra citada, pág. 35.