El otro "cáncer"
Escribe: Lic. Diana L. Braceras

        Frecuentemente se desencadena una grave enfermedad, como el cáncer, en coincidencia con un estado más o menos sostenido de angustias y conflictos no resueltos.
        Desde el saber popular, la "mala sangre" es la culpable de toda afección física que irrumpe en la vida de una persona, que está sobrellevando situaciones problemáticas y no ha encontrado el modo de superarlas.
        Desde el compadecimiento amigo, el enfermo entonces es aconsejado buenamente a "dejar de hacerse mala sangre", "evitar las preocupaciones", "calmar los nervios" y sobre todo "tomarse la vida de otra forma, más liviana" o sea "no hacerse problemas".
        Justamente todo esto es lo que no ha podido hacer esta persona, afectada por alguna instancia de la vida que supera sus posibilidades de afrontarla.
        Sabemos que desde el cariño o la preocupación de los allegados, estos "consejos" son un pedido amoroso de: "Ponete bien, que te quiero, te necesito entero/a, no soporto verte mal, yo quiero que puedas con todo lo que te pasa, que mis buenos deseos sean suficiente para que dejes de sufrir"...
        En las demandas de este tipo hay un "HACELO POR MÍ", que es una prueba de amor, una exigencia más para el atribulado enfermo que ya no puede más con sus penas, con su enfermedad y ahora con su culpa, por no poder complacer a su entorno, siguiendo los buenos consejos y estos pedidos amorosamente angustiados.
        El escenario de este drama no mejora si, por si esto fuera poco, es el médico o el psicólogo el que emprende esta cruzada demandante:
        ¡Póngase bien, caramba, tiene toda la vida por delante, no vaya a bajar los brazos!
        Está muy bien que haya expectativa favorable alrededor del paciente, pues necesita apelar a todos los recursos para encarar tratamientos muy severos en enfermedades cuya curación conlleva una importante cuota de incertidumbre.
        Pero, no es suficiente.
        Es un paso necesario identificar ese "otro cáncer" que crece insidiosamente hace tiempo, minando el deseo de vivir, quebrando las posibilidades de disfrute de la vida, apresando la alegría y la fortaleza tan esenciales para vivir, como alimentarse lo es para el organismo.
        Pero, tampoco es suficiente.
        Muchas veces es tan obvio el motivo que "mortifica" al paciente, que surge tal vez en la primera visita médica, y es francamente reconocido tanto por el enfermo como por sus familiares:
                - "Es la depresión lo que la está matando, es que ha perdido su hijo por la misma enfermedad"
                - "Este diagnóstico es la gota que rebalsa el vaso, me quedé sin trabajo hace un año, me separé, tengo un juicio hipotecario..."
                - "Yo la veía venir, sabía que iba a terminar mal, nunca tendría que haberme ido del país, no me adapté nunca al cambio"
                - "Tuvimos un disgusto muy grande en la familia, nada es igual,
                 ¡Éramos tan unidos! Ahora ni nos hablamos, esto es una secuela.

        Sin embargo sería simplista encontrar "la causa del cáncer en el otro cáncer", también sería injusto e inoperante transladar "la culpa" a otro lugar. En todo caso, se transformaría en un motivo para alejar de las posibilidades terapéuticas el análisis personal de aquél "conflicto maligno", sobre el que recae la responsabilidad de explicarlo todo.
        Del mismo modo, hacer de un "trauma" de la vida la causa de la enfermedad o de la muerte de alguien, implica una ingenua idea de la vida, ese lecho de rosas que se destruye por la irrupción accidental de una pérdida irreparable.
        Nunca es en sí mismo un hecho la causa de un desenlace fatal, sin las circunstancias y la posición personal de los protagonistas. Interviene tanto la historia como el azar, los antecedentes como las ilusiones, la realidad y la fantasía, las creencias y la casualidad, los recuerdos y los olvidos, los planes futuros y el pasado, el sujeto mismo y sus lazos afectivos, los recursos con que se han enfrentado hasta ese momento crucial los conflictos.
        Lo decisivo será la capacidad de hacerse de un lugar distinto para existir, cuando un sostén básico se pierde.
        Porque efectivamente, siempre, sin temor a equivocarnos, podemos registrar una pérdida intolerable cuando el sufrimiento nos demuele. Ya se trate de personas, de bienes materiales o de ideales, lo que se ha perdido parece haberse llevado la causa invisible que impulsaba nuestra vida. Un lugar peligrosamente posible para situar el dolor inasible de la existencia, es el propio cuerpo.
        Por eso mismo, no es un punto de llegada ubicar una "pérdida" en relación con el doloroso cuadro que suele acompañar el desencadenamiento de una enfermedad. Es más bien el inicio, la jugada de apertura de un riguroso "trabajo" que exige el psiquismo para poder incluir la pérdida de algún modo en la trama de la vida, sin perderse a sí mismo en el intento. Efectivamente, esa es una de las posibilidades para el sujeto cuya pérdida resulta inabordable: seguir su mismo camino literalmente hasta la muerte, hasta la locura o hasta quedar reducido a un resto irreconocible de lo que antes era.
        Este peligro los demás lo intuyen, por eso se angustian o se enojan con el enfermo y le exigen que se cure, es decir, que elija quedarse con ellos, que se "olvide" de lo que ha perdido, que valorice más lo que tiene que lo que ya no está. Pero esta opción no necesariamente es saludable: ¿Qué se le están pidiendo?
        Que pierda voluntariamente de nuevo lo que ya ha perdido, denigrando su valor con el desprecio del olvido. A veces resulta más nocivo el "remedio" que la "enfermedad".

        Si la identificación del "conflicto" o del "trauma" no soluciona el problema:
        ¿Para qué sirve hablar de él, tomarlo en cuenta, analizarlo?


        Para el Psicoanálisis, estos "nudos" y/o "agujeros" en la trama del psiquismo (la tela del sujeto, podríamos decir), son lugares privilegiados para acceder a aspectos fundantes (el material usado en su confección), y muestran más directamente la posición en la que el sujeto está instalado para el juego de la vida (su diseño).
        Siguiendo con la analogía "textil" podríamos acotar: Todo material, toda confección y todo diseño tienen oportunidad de lucirse, de estrenarse, de aparecer como muy oportuno, bello y confortable, envidiable, tal vez "perfecto". También el tiempo y la ocasión mostrarán sus fallas, su desgaste, los límites de su utilidad, la necesidad de reformas, ajustes y arreglos. Alguna vez, nos queda chico o demasiado grande y ostentoso, lo bastante estrecho o incómodo para que se rompa, lo muy usado hasta que se destiñe y ya tal vez no se desee conservarlo más.
        Hay encrucijadas que exigen un cambio en el diseño, tejer de nuevo con nuestras únicas hebras un paño nuevo, lección de "corte y confección" que podríamos rescatar de las manos artesanas de otras generaciones, cuando las abuelas tejían y destejían y combinaban las madejas nuevas de lana con los viejos ovillos rebobinados de otras prendas, que abrigaron el hilo familiar de los cuerpos protegiéndolos de los rigores de la intemperie y la rutina del aburrimiento.
        Para realizar este trabajo, puede que se necesite la ayuda de un terapeuta, pero no en el sentido del aplicador de "moldes" para diseños estandarizados según una moda de resolución de problemas o elaboración de duelos, estos serán productos singulares, exclusivos de cada uno e intransferibles a otras experiencias por más parecidas que resulten al sentido común.
        Sólo podríamos aceptar esta denominación: "el otro cáncer", para nombrar esa masa de composición indiferenciada que, desde la conflictiva personal amenaza la vida de un paciente. Pero no recomendaríamos la amputación o una extirpación quirúrgica, ni una anestesia permanente, no sería lo mejor administrar un tratamiento que ataque indiscriminadamente los soportes singulares de un sujeto puesto a prueba en una contingencia de su historia.
        Para posibilitar una salida genuina del sufrimiento, se requerirá una ayuda distinta que la que ofrece un buen médico: aquel que sabe exactamente lo que el paciente debe hacer, en base a estándares internacionales. Dirigir un proceso terapéutico, en este caso, tiene como requisito abstenerse de proponer soluciones pre-fabricadas de talle único. Exige un cuidadoso procedimiento de diferenciación y selección, que libere la creación de recursos propios que permitan rediseñar las estrategias para afrontar aquello que el vivir propone: los conflictos y las pérdidas son parte del juego.

                Como canta Chabela Vargas:
                "Esto de jugar a la Vida
                es algo que a veces duele"

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Diana Braceras, junio del 2001