Nuestro enfoque interdisciplinario: “enfermarse”

Lic. Diana L. Braceras

 

1)    Un equipo interdisciplinario no consiste en un grupo de médicos que incluye algún psicólogo contenedor para apoyar al paciente.

Con “Interdisciplina”nos referimos al vínculo efectivo entre la práctica médica y la del psicoanálisis, que se sostiene en la conexión entre los procedimientos diferentes aplicados en un tratamiento que involucra al organismo tanto como a la subjetividad del paciente.

Los problemas que debe afrontar un paciente y su entorno, son de distinta índole, aunque se relacionen en ciertos puntos.

Poder diferenciar lo que conviene al cuerpo enfermo para estabilizarlo, es tan importante como poder especificar lo que le concierne al sujeto enfermo para mejorar su posición personal en dirección a la vida.

 2)    No se trata de aplicar técnicas sugestivas ni apelar simplemente a la “voluntad”conciente del paciente para que se sane.

 El enfermar no resulta de una decisión personal que se pueda revertir por elección cuando el paciente le venga en gana. Esta es una interpretación omnipotente que se suele divulgar paralelamente a las promesas de “curas milagrosas”.

No hace falta recurrir a lo inefable ni a lo mágico para darle un lugar a los efectos singulares de un cambio en la posición subjetiva y su repercusión en el estado orgánico.

Responsabilizar lisa y llanamente a una persona por su enfermedad es abonar la culpa ante la contingencia de procesos por fuera de toda posibilidad de control voluntario. Lo que no es igual a producir un trabajo psíquico intenso en el sentido de cambiar las condiciones “enfermantes” reconocibles en la singularidad de cada paciente. 

3)    El encuentro con la enfermedad suele ser, en muchos casos y según nuestra experiencia, un “desencuentro existencial”.

El organismo muestra una situación de emergencia que demanda  específica intervención de aquellos sobre quienes se deposita culturalmente la función de la asistencia.

En occidente y apoyados en los procedimientos científicos cada vez más impersonales, se excluye la dimensión de “llamado” (de atención, de ayuda, de alarma), reconocible en todo estado de carencia e indefensión. Hay que poder identificar a qué límite se ha llegado, en qué instancia la vida se ha tornado insoportable en su actual composición y qué fuerzas operan como resistencia a la cura, favoreciendo la proliferación de la enfermedad.

 4)    El soporte material de la vida de un sujeto humano es la funcionalidad de su cuerpo.

 Estamos unidos a su destino mortal.

Es frecuente que sean las encrucijadas de la vida las que ponen “el palo en la rueda” del organismo, que a veces tiene recursos o no, para afrontarlas.

Si el sujeto no puede seguir adelante, no puede elegir por dónde o no encuentra la forma de que su deseo de vivir se encarne en sus actos, el cuerpo ofrece infinitas posibilidades de decir : ¡Basta! , por mecanismos propios y oportunidades externas: contagios, accidentes, descuidos, excesos...

Cada persona tiene una medida para lo que es capaz de soportar antes  que el organismo se desate vehiculizando una salida desesperada. La situación particular cuando se enfrenta el acontecimiento que puede poner en riesgo una vida, también forma parte del escenario en que se desplegará el drama de ese cuerpo tratado o maltratado por el entorno médico o familiar. El desarrollo de un tratamiento y su efectividad, no es ajeno a estas vicisitudes, por eso los conocimientos biológicos estandarizados no agotan ni explican cabalmente lo que ocurre en una cura individual. Por eso la evolución del paciente también varía de acuerdo a quién lo trate, dónde y según qué relaciones lo sostengan.

5)    No resulta suficiente en muchos casos, restablecer únicamente la funcionalidad orgánica.

 La efectividad que posibilitan los procedimientos de la ciencia para devolver un funcionamiento orgánico normativizado, suele tener una duración limitada, a veces incluso en plazos mínimos.

El esfuerzo parece haber tenido poco rédito cuando las recaídas, complicaciones y nuevos eventos terminan por agotar y desmoralizar tanto al enfermo como a los asistentes. Así, ciertos costosos tratamientos terminan por parecerse a la noria del taller mecánico en que se interna un automóvil cada vez que choca. Mecánicamente puede volver a circular en buen estado, pero si se sigue conduciendo tan desaprensiva, temerosa o temerariamente como antes, es muy probable que se repita la desgracia, con el agravante de que el chasis..ya no estará intacto.

No sólo se trata de tener en cuenta el motor y la carrocería de nuestra materialidad física, en muchos casos resulta vital analizar la modalidad del manejo y la dirección hacia la que se conduce, en las condiciones reales en que hay que vivir.

 6)    Esta concepción del “enfermar” reinstala en la asistencia  la dimensión ética y trágica de la vida. 

 Siempre una elección es posible, pero nunca es incondicionada ni gratuita. Se trata de tener en claro qué es lo que se juega, qué se paga, a quién y con qué.

Poner en juego el cuerpo es una posibilidad intrínseca de nuestra humanidad. Las intervenciones analíticas sobre la posición del sujeto inplicado en ese singular “enfermar”, es parte de la labor suplementaria de un psicoanalista en un equipo médico: “Interdisciplina suplementaria” no por accesoria, sino en el sentido más futbolero del término:

 Las jugadas en ese tiempo extra por fuera del partido oficial, no ajeno al encuentro, en regla con los momentos de detención, y episodios extra-ordinarios más o menos contemplados dentro de las posibilidades del juego y contabilizados antes de definir el resultado. Espacio suplementario que a veces define triunfos o derrotas imprevistas, pues no siempre el organismo da una revancha, pero también a veces, un sujeto queda colocado en tal posición que hace posible el gol del travesaño. Aunque algunos piensen que es  la mano de Dios...el que se la juega es un equipo con la camiseta transpirada.

 

24 de diciembre del 2000. ¡Feliz Navidad!