Silvio Rodríguez
LA MAZA
 
Si no creyera en la locura
De la garganta del sinsonte,
Si no creyera que en el monte,
Se esconde el trino y la pavura.
 
Si no creyera en la balanza
En la razón del equilibrio,
Si no creyera en el delirio,
Si no creyera en la esperanza.
 
Si no creyera en lo que agencio,
Si no creyera en el camino,
Si no creyera en mi sonido,
Si no creyera en mi silencio.
 
¿Qué cosa fuera?
¿Qué cosa fuera la maza sin cantera?
Un amasijo hecho de cuerdas y tendones,
Un revoltijo de carne con maderas,
Un instrumento sin mejores resplandores
Que lucecitas montadas para escena.
 
¿Qué cosa fuera, corazón?
¿Qué cosa fuera la maza sin cantera?
Un testaferro del traidor de los aplausos,
Un servidor de pasado en copa nueva,
Un eternizador de dioses del ocaso,
Júbilo hervido con trapo y lentejuela.
 
¿Qué cosa fuera corazón?
¿Qué cosa fuera la maza sin cantera?
 
Si no creyera en lo más duro,
Si no creyera en el deseo,
Si no creyera en lo que creo,
Si no creyera en algo puro.
 
Si no creyera en cada herida,
Si no creyera en la que ronde,
Si no creyera en lo que esconde
Hacerse hermano de la vida.
 
Si no creyera en quien me escucha,
Si no creyera en lo que duele,
Si no creyera en lo que quede,
Si no creyera en los que luchan.
 
¿Qué cosa fuera? ...

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La función de la “creencia” no es privativa o fundamentalmente una cuestión religiosa, en relación a un culto. Más bien, porque el Hombre cree, existen las religiones, y el sujeto humano, tal como se nos aparece en la vida corriente o en la clínica, es el efecto mismo de las creencias, no siempre confirmadas por los datos reales.

Creer es poder ilusionarse, más o menos consistentemente, con lo que es, fue o será algo del orden de lo incierto, lo contingente, lo improbable.

La esperanza, la imaginación, el amor, los proyectos, la identidad, la vida diaria, son posibles porque hacemos, pensamos y sentimos desde un lugar en el que creemos estar y existir para nosotros y para los otros: creo que alguien va leer estas líneas, trataré de transmitir aquello que creo que el autor quiso decir acerca del valor de la creencia, la cantera de donde extraemos lo valioso y lo pavoroso de la vida.

La creencia, como el mito, es un colage de recortes heterogéneos armados sobre un vacío amenazante y fecundo, según lo que se pueda construir con ello.

Es el soporte del deseo y la razón de la angustia, ese extraño estado que nos afecta cuando el colage muestra descarnadamente los remiendos y las endijas de la trama imperfecta que armamos y rearmamos a lo largo de la vida y de las muertes que nos afectan: “Es increíble”, “No lo puedo creer”, “Ya no se puede creer en nada”, “Esto es una pesadilla, no puede ser posible”, son las exclamaciones descorazonadas de quien vive momentos en que sus ficciones se confrontan con un real que su “realidad” no admite: nuestra realidad, está compuesta por un muy personal conjunto de creencias.

Las escenas en las que participamos del mundo compartido, allí donde trabajamos, amamos, sufrimos, luchamos, disfrutamos, descasamos, no sólo es un montaje social para incluirnos en el mundo de relaciones con los otros. Lo que se cree es eficaz fundamentalmente para cada sujeto, esté advertido o no de aquello en lo que cree: “así soy yo”, “a mí lo que me pasa es esto”, “las cosas son de tal modo”...

Vivimos en nuestras canteras de creencias, también podemos morir por ellas, aunque no lo decidamos, a nivel del organismo las ficciones son especialmente eficaces. El médico lo intuye, es decir lo sabe sin saberlo, cuando afirma: “si le doy esperanzas, si cree en mí, el paciente tiene más chances”, “si cree que no se va a curar, bajará los brazos”, “si el enfermo piensa que todo está perdido, habrá mas complicaciones, empeora el pronóstico”.

Las leyes de la biología, la pura acción mecánica de la “maza” anatómica,  no bastan para explicar lo que pasa en un cuerpo humano, una carne atravesada por la creencia en que se esconde la confraternidad de la vida.

 Diana Braceras, diciembre de 2000.