COMPÁS DE ESPERA

Dra. Susana B. Etchegoyen


        Camino a la clínica, con la certeza de que regresaría tarde a casa, me perdí en algunas reflexiones sobre uno de los artículos que había leído la noche anterior.
        El mismo relata los profundos cambios en la percepción del tiempo, que experimentan los pacientes afectados por enfermedades que comprometen seriamente la vida. El testimonio de una paciente que convive desde hace largo tiempo con su esclerosis múltiple, y el de un joven artista plástico con enfermedad de Hodgkin, plantean interrogantes sobre el sentido que damos a nuestro tiempo personal (1).

        Cuando el fin de la vida parece próximo, o lo que nos resta por vivir, se halla fuertemente condicionado por una enfermedad que limita progresivamente nuestra autonomía, el tiempo adquiere nuevos significados.

        Vivimos tiranizados por el tiempo cronológico, lineal, repleto de obligaciones y gobernado por el reloj.
        Ignoramos peligrosamente el verdadero tiempo que da sentido a la experiencia vital. El tiempo cíclico, de semanas, meses, o estaciones. Aquel tiempo que recordamos luego, como el de la estudiantina, o el de la niñez de nuestros hijos. Tiempo pleno de presencias amadas, de mágicos silencios y también de ausencias dolorosas. Tiempo solidario con nuestros relojes internos, de ritmos circadianos y ciclos menstruales.

        ¿Necesitamos enfermar gravemente, para valorar el placer que regala un buen rato con amigos?

        El reloj nos tiende su trampa. Marca implacable las horas, pero nada nos dice sobre el tiempo que nos queda.

        Los médicos además, somos cautivos de un reloj caótico. La tarea suele marcar el devenir de las horas y el tiempo se desliza lento o veloz al compás de nuestra práctica.

        ¿Podemos realmente estar cerca de nuestros pacientes, si ellos transitan cada día como una victoria, mientras nuestras agendas marcan que el tiempo de consulta terminó?

        Si ignoramos el impacto, que el tiempo cargado de nuevo significado, produce sobre la calidad de vida ¿no corremos el riesgo de que algunas de nuestras intervenciones conspiren contra el bienestar de los pacientes?

        Sin saber que prisa nos lleva y de qué escapamos, ¿seremos capaces de acompañar a otros en su padecer, si nos privamos del tiempo necesario para enfrentar nuestros propios fantasmas?

        El tiempo de la espera siempre nos devuelve inquietantes respuestas.

        Distraída en mis pensamientos descendí del colectivo y me apresuré a cruzar la calle. Había olvidado el reloj pulsera sobre mi escritorio; pero aún contaba con el sol, que desde lo alto anunciaba la llegada de un nuevo mediodía.

1 Personal Time: THE PATIEN´S EXPERIENCE. T. Jock Murray, MD. Ann Intern Med. 2000; 132: 58-62